Hoy en #CienciaArcoíris conocemos a:
Rosa María García, filósofa y socióloga
Soy Rosa María García (pronombres: ella/elle), una mujer trans no binaria. Graduada en Filosofía y máster en Sociología Aplicada por la Universidad de Murcia; actualmente estoy trabajando en un doctorado en Filosofía y Género sobre marxismo y feminismo, compaginándolo con la traducción. Me dedico al activismo en relación a los derechos trans, así como al apoyo y el acompañamiento a personas de la comunidad, tanto desde mi cuenta en Twitter (@__erosgarcia) como desde la Asamblea del Orgullo Crítico de Murcia, de la cual soy compañera y portavoz. También divulgo sobre marxismo, feminismo y realidades LGTB en espacios como Rebelión Feminista, y puntualmente desde una perspectiva filosófica en Perspectiva. Blog de investigación en Filosofía.
¿Apuestas por la divulgación? ¿Qué te motiva a hacerlo? ¿Cuál es tu formato preferido?
Una de las cosas que intento incorporar todo el rato en mi discurso ─tanto en Twitter como en los artículos que escribo para otros medios─ es a pensadoras feministas, especialmente a filósofas y científicas sociales, planteándolas desde una perspectiva trans. Las personas trans, y especialmente las mujeres trans, hemos sido históricamente excluidas de las ideas feministas. Creo que, precisamente, a las feministas nos sería de mucha ayuda pensar desde las ciencias sociales y desde una filosofía que sea capaz de reflexionar críticamente sobre estas. Claro que esto es mucho más fácil decirlo que hacerlo. Necesitamos organizar nuestras ideas de forma integral, compleja, y en la divulgación siempre hay una tensión importante entre forma ─el lenguaje que se usa, el cómo se usa─ y fondo ─las ideas que se expresan en ese lenguaje─. Que esta tensión sea más productiva o menos ─es decir, que se transmitan ideas más complejas y sustantivas─ depende mucho del estilo de le divulgadore. En según qué medios o espacios es muy fácil caer en la lógica individualista del liderazgo o incluso en el corporativismo influencer, pero los medios audiovisuales siguen siendo los que tienen más facilidad para comunicar mensajes sencillos y emocionales, que al final sucumben más rápidamente a un activismo pop que desafía lógicas opresivas de forma muy selectiva, como resulte más cómodo. Por suerte, sabemos que esto no siempre es así, y que se debe más a dinámicas implícitas en el activismo pop, y sobre todo en el feminismo pop, que en el activismo como tal. Son los movimientos más minoritarios ─el activismo trans, lésbico, disca, antirracista─ los que lideran una forma de construcción común del conocimiento social que es capaz de conectar ideas relativamente complejas con formas divulgativas del saber. Es un saber que sigue en parte una lógica de cohesión ─de unión de una comunidad excluida─, y eso lo hace muy particular. En este sentido, quizá sea más útil pensar en las lógicas de construcción de conocimiento que se dan lugar en la divulgación que en el hecho de la divulgación como tal.
¿Por qué es importante la visibilización del colectivo en el ámbito científico?
En general, la visibilización es importante para normalizar nuestra situación: es un «¡estamos aquí, nosotres podemos estar aquí!» que puede dar ánimos a muchas personas del colectivo. Pero, como hemos aprendido del lugar de las mujeres en la universidad y en las profesiones más valorizadas, la visibilización en sí misma no es una victoria. Es un apoyo totalmente necesario, por supuesto, pero a menudo cae en el saco roto de la normalización vacía. La visibilización útil no es tanto representación como presencia. No se trata de decir: «¡hey, las mujeres trans ─por poner mi caso particular─ podemos llegar hasta aquí!», porque no, realmente la mayoría no pueden. Muchas sólo pueden hacerlo en un armario, y en esos casos sí hay una utilidad real, directa, es un empujón importante; pero no es la situación habitual. Si enfocamos la cuestión de la representación de un colectivo como el de las mujeres trans ─con cifras horribles de desempleo y problemas de salud mental derivados de la transmisoginia social─ en unas pocas referencias universitarias, estamos emborronando el problema social de fondo de forma indirecta. La alternativa no es renegar sin más de la visibilización, sino cambiar la perspectiva con que la planteamos. De nuevo: la visibilización útil es también una visibilización de problemáticas estructurales, y tiene que ir dirigida a explicitar y transformar estas condiciones. La visibilización vaciada ─como planteaba en el ejemplo de las mujeres en el ámbito científico o en la universidad en general─ sólo funciona para legitimar las condiciones capitalistas que sostienen la institución científica en el mundo actual, y para fomentar el mito individualista de que una puede con todo, siempre que se esfuerce lo suficiente. Tenemos que darle una dirección social a la visibilización, o de lo contrario caemos en las lógicas propias del sistema.
¿Has sufrido discriminación en el laboratorio o centro de trabajo? ¿Lo denunciaste?
El primer problema para una mujer trans es encontrar trabajo remunerado que no sea sexual. Si es en la universidad y en relación a la investigación hay una dificultad añadida, porque es una carrera de fondo y exige una dedicación casi absoluta. Realmente es muy difícil dedicarse a la investigación como tal siendo una persona de clase trabajadora; se necesitan unas condiciones muy concretas y muy determinadas por nuestra organización social. Esto no casa muy bien con la situación general de la comunidad trans, y en particular de la comunidad transfemenina. Igualmente, hay armarios que son más difíciles de abrir que otros: no creo que muchas personas entendieran que yo no quepa bien en el binarismo. En mi caso, tengo dos trabajos distintos ─aunque mi centro de trabajo es en ambos casos la biblioteca─: la traducción y el doctorado. (El doctorado, por cierto, sólo se considera «trabajo» remunerado en ciertas condiciones que parten de un sesgo de clase). Tanto en relación al doctorado como con la traducción me he encontrado con algo peor que la discriminación directa: la opresión. No es el comentario tránsfobo de turno, que en persona te lo encuentras menos que en las redes sociales ─por lo general, la gente guarda la vergüenza un poco más cuando estás delante─, sino la transfobia social que te ha cerrado todas las puertas antes de que tú las vieras. Especialmente en el feminismo académico, tú sabes de antemano que la mayoría de las mujeres a las que puedes acudir son tránsfobas, porque de hecho lo son públicamente. ¿Para qué le voy a escribir un correo a tal feminista académica, si la mejor respuesta que voy a recibir va a ser el cinismo, y el mejor trato que puedo esperar es el desprecio? Es muy triste decirlo así, pero esta es la situación: ser abiertamente inclusiva con las personas trans te cierra puertas en el feminismo académico español (y en otros calados de poder). Sucede lo mismo en todos los sitios, pero el cierre de filas de este ámbito nos desconecta de la investigación y la docencia, nos excluye directamente de uno de los grandes espacios de creación y legitimación del conocimiento.
¿Cómo podemos lograr una ciencia más inclusiva?
Hay varias cosas que plantear en esta pregunta. Primero la inclusión, claro, pero también el modelo de ciencia que queremos tener como sociedad; las dos cosas no están separadas. El horizonte debe ser una ciencia que no esté limitada por la lógica mercantilizante, que no se base en la competencia sino en la cooperación y el apoyo mutuo; una ciencia que tenga por función inmediata el interés común, no engordar bolsillos y “agregar valor”. Esto es fundamental en sí mismo, pero también porque el modelo de organización e investigación científica determina la forma en la que comprendemos esa «inclusión». Hay personas que no encajamos por ningún lado dentro del sistema sexo/género actual ─ ese que nos dice cómo entender nuestros cuerpos y cómo organizar nuestras prácticas sociales según las expectativas que hemos puesto en ellos: nuestra sexualidad, nuestra conducta, nuestra forma de vivir en y con nuestros cuerpos y el significado que adquieren en nuestras relaciones sociales. Las personas trans estamos en una tierra de nadie constante: lo mejor que puede hacer este sistema es «tolerarnos», hacer «como si» nos admitiera, «como si» nuestro reconocimiento se diera en los mismos términos que si nos admitiera. En realidad, esta «inclusión» es una máscara, un engaño superficial. Antes mencionaba los datos horribles que tiene la comunidad trans: desempleo, tasas de suicidio, ideaciones suicidas, depresión y ansiedad, prostitución en el caso de las mujeres trans. No he mencionado ejes que atraviesan a toda la comunidad, como la capacidad o la raza. Tenemos que pensar desde una perspectiva integral, y comprender que sólo se puede «incluir» en un campo como la investigación científica a una comunidad que se encuentra excluida por sistema. El objetivo no debe ser tanto una ciencia «inclusiva», porque esta inclusión presupone formas de exclusión; no se puede incluir lo que está dentro. Así que la «inclusión» no tiene sentido real más que como forma de terminar con la exclusión; debe ser una transformación radical de las estructuras que ordenan nuestras condiciones de vida, situándonos en los márgenes de los márgenes, en la pobreza, en la violencia y la criminalidad. Digo «radical» porque nuestra exclusión toca las raíces del sistema, es decir, de una sociedad de clases y de los cuidados que sostienen una vulnerabilidad que se expresa en la codependencia necesaria. Esta transformación radical la suelo llamar «abolicionismo».
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