Científicas y redes sociales, la mirada de la Dra. Marta Macho

Una de las mejores divulgadoras en España es la Dra. Marta Macho, matemática, investigadora de la Universidad del País Vasco y editora de “Mujeres con ciencia” (el blog de referencia en esa temática, que publica cada día del año y que supera el millón de visitas).

Hoy os comparto un artículo de ella sobre su visión crítica de la divulgación científica en redes sociales y de las ventajas e inconvenientes a los que se enfrentan las científicas que participan en estas plataformas.

Este artículo fue publicado previamente en el libro «Las mujeres en Bizkaia» (Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, 2020).

Ponte cómodo/a/e y disfruta la lectura. 😉

Las científicas y las redes sociales

Aunque soy mujer, no soy joven, y solo uso las redes sociales para difundir contenidos relacionados con la divulgación de la ciencia. A pesar de ser una buena herramienta para compartir el conocimiento, las redes sociales son un lugar poco amigable para las mujeres. Este escrito se basa en mi experiencia personal en este medio.

La ciencia y las redes sociales

 Las redes sociales –como la vida misma– no tratan de la misma manera a las mujeres que a los hombres. Ni siquiera en un tema aparentemente neutro como puede ser la divulgación de la ciencia.

La transmisión del conocimiento utiliza las redes con formatos que cambian rápidamente –blogs, espacios web, Twitter, Facebook, Instagram, YouTube, Tik Tok, etc.– adaptándose a las costumbres de las personas a las que se dirigen los mensajes.

La divulgación es un medio para que la actividad científica se conozca y se valore por parte de la sociedad. Las personas que se han dedicado a la ciencia han prestado poca atención a la difusión de sus resultados en ámbitos no académicos. Pero los tiempos cambian y hoy en día es difícil sostener esa idea de que no es posible interesar a un público no experto en temas complejos de ciencia. De una manera asequible, la divulgación pretende explicar a qué se dedican las personas que investigan en sus laboratorios, insistir en la importancia de esos estudios en la mejora de nuestras vidas y aumentar la cultura científica para tener una ciudadanía mejor informada y por lo tanto más libre.

Desde los primeros tiempos de la divulgación –realizada en foros reducidos y de manera altamente artesanal– hemos saltado a una actividad de difusión de la ciencia cada vez más profesionalizada en la que participan tanto personas del ámbito de la ciencia como del entorno del periodismo. Las redes son herramientas para difundir el mensaje de la ciencia, pero también se utilizan para “vender”. Esa obsesión –¿necesidad para conseguir posicionarse en este medio?– por tener muchas seguidoras y seguidores distorsiona en muchas ocasiones los mensajes.

Lo malo de las redes sociales

El exhibicionismo en las redes sociales –sobre todo aquellas centradas en la imagen, como Instagram, YouTube o Tik Tok– es, en mi opinión, uno de los grandes defectos de este medio. Esta obsesión por “mostrarse”, por la autopromoción, está muy vinculada a estereotipos masculinos.

La divulgación científica no se libra de esta práctica; abundan los divulgadores –también algunas divulgadoras– que centran sus mensajes en ellos mismos en vez de concentrarse en lo importante: los contenidos científicos. Es cierto que el carisma, los conocimientos o la cercanía son esenciales para divulgar con eficacia. Es decir, la persona que transmite importa, pero no es –en mi opinión– lo fundamental en la divulgación.

Estas prácticas narcisistas conducen en muchas ocasiones a rivalidades entre los supuestos “gurús” de la divulgación científica, que compiten por mantener su estatus de portadores de las verdades universales. Por supuesto, hay excelentes profesionales que hablan de lo que saben con rigor y humildad, con el término de “gurú” no me refiero a ellos. Esta autoridad que pueden tener muchas divulgadoras y divulgadores se gana a base de generar buenos contenidos y contestar a preguntas y dudas que surjan durante la transmisión del conocimiento. Los “gurús” suelen tener una cuadrilla de “fieles” que adulan a sus “líderes” para conseguir visibilidad… o lo que sea. Parece que conseguir muchos “clics” a base de polemizar, contar intimidades reales o inventadas o “hacer la pelota” ayuda a promocionarse en este medio tan pendiente del famoseo.

Abundan –muchas veces como consecuencia de la existencia de estos egos tan marcados y de la defensa de opiniones no siempre muy bien fundadas– también las descalificaciones y las burlas en el ámbito de la divulgación.

En el caso de las mujeres, prolifera el fenómeno del mansplaining esa práctica procedente de algunos que matizan las afirmaciones de las mujeres, aunque ellas sean las expertas en la materia (de man-varón y explaining-explicar, que se define como «explicar algo a alguien, generalmente un varón a una mujer, de una manera considerada como condescendiente o paternalista»). También se observa la práctica del herpeting (cuando una mujer dice algo, siendo ignorada y después esa misma idea es repetida por un hombre, siendo entonces escuchado por la concurrencia), sucede mucho en ciencia. Parece que a las científicas nos falta “autoridad” para que algunos acepten las aseveraciones relativas a nuestra especialidad; ellos si la tienen. Este patrón de comportamiento no es exclusivo de las redes sociales; sucede en cualquier ámbito, especialmente en el laboral, y creo que expresamente en el entorno de la ciencia.

Los comentarios sexistas o el humor chabacano, cuando son denunciados, provocan en muchas ocasiones las típicas respuestas descalificadoras del tipo “sois unas exageradas”, “no es para tanto” o “solo era una broma”, que parecen indicar que eres una “amargada” sin sentido del humor.

Algunos de los fenómenos de los que he hablado arriba, por supuesto, no son exclusivos de la divulgación científica. Probablemente en redes más informales serán más numerosas e incluso más violentas.

En el caso particular de la divulgación de algunos contenidos del blog Mujeres con ciencia observamos reacciones exageradas a artículos en los que se presentan estudios sobre discriminación, sexismo, sesgos de género en ciencia o nuevas tendencias en investigación que intentan rebatir algunas teorías transmitidas desde la academia. Antes de continuar, debo matizar que los contenidos de nuestro blog siguen las normas de cualquier publicación científica; todo lo que se dice está basado en un artículo publicado en una revista de investigación. Por supuesto, también existen artículos de opinión –como este, que se basa en mi experiencia personal, tal y como he comentado al principio– o entrevistas en las que la subjetividad puede entrar en juego. Los comentarios a ese tipo de artículos suelen ser del tipo “eso no es discriminatorio”, “transmitís un mensaje negativo” –¿no confunden ese mensaje negativo con una realidad que resulta incómoda?–, “eso es puro victimismo”, “esto es simple ideología” –parece que no reconocen la suya, su ideario, en sus críticas– o “esta es una basura feminista”. Me incomodan especialmente aquellos procedentes de algunas mujeres que con sus “a mi nunca me han discriminado” o “esto ya no sucede” consolidan respuestas sexistas y rancias que pretenden desmontar situaciones que prefieren no admitir.

Lo bueno de las redes sociales

A pesar de todo lo dicho en el párrafo anterior, las redes también son unas excelentes herramientas para difundir, apoyar y denunciar. Las mujeres estamos muy acostumbradas a tejer redes, redes que seguramente han ayudado a sobrevivir a muchas y a tener la fuerza suficiente para reivindicar derechos, denunciar violencias y ayudar en momentos de injusticia. Estas nuevas redes sociales también contribuyen a luchar por la igualdad.

A veces es necesario no caer en provocaciones, aunque no siempre es fácil; ignorar a los “bravucones” es la mejor manera de desmontar su discurso. Las redes son lugares de colaboración, de apoyo, de difusión. La constancia, el trabajo y la generosidad ayudan a tejer poderosas “tramas” de apoyo e influencia. Usar las redes para colaborar en vez de competir ayuda a romper estereotipos, a sustituir esos comportamientos tan estimulados por los egos –esos que tanto abundan en el ámbito de la ciencia y de la divulgación– por otras maneras de trabajar y de plantear la tarea de la difusión de la ciencia.

También son una herramienta poderosa de denuncia. Recuerdo una campaña divertida y contundente de hace cinco años como respuesta a un acontecimiento sexista en el ámbito científico. Timothy Hunt (1943) es un bioquímico británico que en 2001 fue galardonado con el Premio Nobel de Fisiología o Medicina –junto a Leland H. Hartwell y Paul M. Nurse– «por sus descubrimientos de reguladores clave del ciclo celular». En 2015, Hunt asistía al World Conference of Science Journalists en Seúl, y en una de sus intervenciones públicas afirmó: «Let me tell you about my trouble with girls. Three things happen when they are in the lab: you fall in love with them, they fall in love with you, and when you criticise them they cry.» El comentario no pasó desapercibido y las críticas le llovieron. El científico tuvo que disculparse y se defendió argumentando que se trataba solo de una broma que la audiencia había interpretado de manera literal de forma errónea. Los medios hablaron durante varios días de este tema con menor o mayor dureza. Entre las protestas que generó el comentario –y las posteriores disculpas de Hunt– quiero destacar una que se hizo viral en Twitter y que llegó con la etiqueta #DistractinglySexy #TanSexyQueDistraigo–. Se invitó a las científicas que lo desearan a compartir fotografías trabajando en sus laboratorios o durante sus investigaciones para denunciar con sentido del humor las palabras sexistas del Nobel. La etiqueta #DistractinglySexy identificaba esa campaña en la que se veían imágenes cotidianas de investigadoras en sus laboratorios con trajes protectores que ocultaban por completo sus cuerpos, en posturas enrevesadas excavando la tierra o manipulando compuestos en fregaderos con inmensos delantales. Esta campaña ayudó a no pasar por alto este comentario no “tan inocente” y a mostrar lo que muchas mujeres deben de soportar en su día a día, también en el ámbito de la ciencia.

A modo de conclusión

 Como he comentado al principio, este es un artículo de opinión, basado en mi experiencia personal. Las redes sociales son herramientas extraordinarias para reivindicar y denunciar. Pero no olvidemos que, en muchas ocasiones, son una fuente peligrosa de violencia hacia las mujeres que se incrementa por el anonimato y el poder multiplicador de los mensajes. Es necesario estar alerta y no minimizar las agresiones sexistas por poco relevantes que parezcan a algunos. Muchas gracias.


Foto portada: Piqsel (Free for personal & commercial use).

Lydia Gil

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