Hoy en #CienciaArcoíris: visibilizando la diversidad (2ª edición) conocemos a:
Manuel A. Broullón Lozano, doctor en Comunicación
Nací en Cádiz en 1987, estudié en la Universidad de Sevilla la licenciatura en Comunicación Audiovisual (2010), un Máster universitario en Artes del espectáculo Vivo (2011) y el doctorado en Comunicación (2017) con la especialidad de “Literatura, Comunicación, Ética y Estética”. Desde el año 2019 trabajo en la Universidad Complutense de Madrid, en una sección del Departamento de Literaturas Hispánicas y Bibliografía con sede en la Facultad de Ciencias de la Información, donde doy clases e investigo sobre Literatura y Medios de Comunicación y Escritura Creativa.
¿Por qué es importante visibilizar el colectivo LGTBIAQ+ en el ámbito científico?
Dentro de mi área de conocimiento, las Humanidades, contamos con una larga tradición que reivindica nuestros cuerpos, identidades y disidencias. Por un lado, desde los objetos de estudio. ¿Puede cualquier científique obviar a Safo como uno de los grandes referentes de la Literatura clásica? ¿Es lícito mirar para otro lado al leer que, en las Bucólicas de Virgilio, Corydon “arde en deseos” por Alexis? Tampoco me he inventado yo que Tiresias haya experimentado varios sexos en su propio cuerpo, lo dice Ovidio en las Metamorfosis… Esto es solo por poner algunos ejemplos y, desde ahí, figúrate, qué tradición más rica tenemos en nuestra Historia literaria, con las relaciones entre las literaturas románicas, ibéricas, europeas, árabes, hispanoamericanas…
Por otra parte, las Humanidades, con sus técnicas científicas (abductivas e interpretativas), han producido mucha teoría y mucha práctica disidente de género más allá del principio empírico de otras disciplinas. Debemos a personas tan importantes como Roland Barthes o Teresa de Lauretis, desde la Semiótica, o a Donna Haraway y Michel Foucault, desde la Filosofía, buena parte de la renovación de nuestras miradas sobre el mundo en que vivimos.
Me gustaría decir que no tenemos más que volver a leer la Historia de la Literatura y la Teoría del siglo XX para saber que las personas LGTBIQA+ no estamos solas, pero, por desgracia, esto no es así. A día de hoy, visibilizar objetos de estudio es tan importante como poner de manifiesto las teorías y los métodos, es decir, las miradas que nos permiten ver más y ver mejor esos objetos que hoy podemos llamar, no sin reservas, objetos LGTBIQA+. Me explico: la mirada “hacia atrás” también nos ayuda a repensarnos en el presente. Evidentemente, nuestres abueles no tuvieron la conciencia de ser “lesbianas”, “trans” o “queer”. Elles mismes acuñaron otras palabras para identificarse y representarse ante el mundo y la sociedad: “androginia”, “uranismo”, “safismo”, “epentes”, “hermafroditas”, “locas”… Esas palabras significaban cosas con matices distintos de las siglas LGTBIQA+ que hoy manejamos.
Tampoco eran perfectas ni estaban exentas de conflictos. Por eso reivindicar nuestra memoria es también repensarnos en el presente, ahora que hay personas que no nos sentimos del todo cómodas con las etiquetas “gay” o “lesbiana” y, sin renunciar a ellas, preferimos repensarnos como “trans”, “maricas”, “bi”, “bollo”, etcétera. Como todo esto es cuestión de palabras y de referentes, las Humanidades, si no son centrales, al menos sí merecen una consideración en los debates científicos como piedra angular tanto de nuestra racionalidad como de nuestras disidencias contra esa misma razón moderna que nos confinó en los armarios o, peor, en los sanatorios. Y en 2021, después del añito que llevamos, no estamos para más confinamientos.
¿Has sufrido discriminación en tu laboratorio o centro de trabajo? ¿Lo denunciaste?
Me hace risa la palabra “laboratorio”… En seguida se me viene a la mente el estereotipo de los científicos como señoros blancos, heterosexuales, maduros y con bata blanca, haciendo cosas serias entre probetas, con microscopios, con tubos de ensayo. En Humanidades, nuestros espacios de trabajo son las bibliotecas, los archivos y, sobre todo, el aula y el escritorio, donde se discute y se negocia día a día con los límites del lenguaje, nuestra cruz y delicia. En este sentido, tenemos a veces una doble lucha: por un lado, la de las risitas cuando entras en una clase y escuchas que alguien dice bajito “¡el profe es marica!”, o cuando en un congreso o seminario escuchas “ya está otra vez el lobby gay”, “qué poco riguroso” o “¿a quién le importa la vida privada de tal escritor o de aquella cineasta?”. Por otro lado, a menudo la sociedad no considera que nuestras actividades sean siquiera científicas. Tenemos que soportar que nos digan que a nadie le interesa un impreso del siglo XVII que hable de travestis sodomitas, que la Ciencia útil y verdadera consiste sola y exclusivamente encontrar la cura contra el cáncer. A ver, que nadie me malinterprete: no quiero decir ni mucho menos que no sea importante encontrar la cura contra el cáncer, todo lo contrario, máxima financiación y apoyo para nuestres colegues del área sanitaria, pero creo que si cuando éramos niñes hubiéramos sabido nombrar nuestros cuerpos y ser reconocides, se nos habría ahorrado mucho sufrimiento, que nuestra sociedad sería más justa y diversa por su propia naturaleza lingüística y representacional. Estas son cosas que al final sí afectan a la vida en igual cuestión de vida o muerte que la cura contra el cáncer, a los datos sobre salud mental, soledad y suicidios en personas LGTBIQA+ me remito. También sucede que cualquiera se considera capaz de darte una lección sobre el lenguaje inclusivo sin haber estudiado jamás Lingüística, lo mismo que se reduce la Literatura a un mero entretenimiento. Pero, ¿acaso los conceptos y las palabras con que nos nombramos y con las que disentimos salieron del árbol palabrero, o de la metafísica del jardín de las Hespérides? Por supuesto que no. ¿Acaso no hacemos cosas con las palabras y las palabras hacen cosas con nosotres? Acuñar conceptos es un proceso de creación poética, de producción de metáforas que se convierten luego en imágenes compartidas. Nuestra empiria son los textos y, dentro ellos, nuestra materia tangible es el propio lenguaje.
¿Cómo podemos lograr una ciencia más inclusiva?
Necesitamos generar espacios seguros, redes de colaboración en las que poder trabajar sin presiones, sin el constante aldabonazo del síndrome de la impostura y, sobre todo, donde podamos tejer otras relaciones que no sean relaciones de poder ni jerarquías verticales de control y castigo. Yo he tenido la posibilidad de encontrar esos espacios seguros en los grupos de investigación de los que formo parte, pero cuando hay violencia… ahí es cuando se normaliza que trabajar en soledad y sin financiación es la única salida posible. Y aunque no debería ser así, pero me temo que no siempre existen mecanismos eficaces para atajar la violencia por culpa de las relaciones de poder jerárquicas. Verdaderamente, ser queer implica buscar otros modos de ser, de estar y de sentir el mundo y la realidad, comprometerse a cambiar la realidad. No quiero decir con esto que se espere de nosotres que tengamos que cargar con toda la responsabilidad de arreglar el desaguisado que ha organizado el cisheteropatriarcado durante siglos, sino simplemente, que merece la pena comprometerse para generar “una habitación propia”, como la llamaba Virginia Woolf, donde nos dejen trabajar y, a la larga, vivir, tranquiles y en paz.
¿Apuestas por la divulgación? ¿Qué te motiva a hacerlo? ¿Cuál es tu formato preferido?
La divulgación es algo a lo que le tengo muchísimo respeto. Hoy día se habla de “transferencia” en las universidades y en las sociedades científicas, aunque me temo que todavía no sabemos muy bien qué quiere decir eso, hay bastante desconcierto. ¿Es transferencia, en Humanidades, publicar un libro de poesía? Yo creo que sí, que no todo son patentes comerciales ni ideas de negocio. Por otro lado, tengo una enorme consideración profesional hacia el Periodismo (grado en el que doy clases), hacia el trabajo cultural y, sobre todo, hacia el activismo. Estas tres cosas, tan distintas entre sí, requieren vocación y mucho tiempo, mucha vida, mucha energía invertida. Lo que se hace en el activismo es encomiable y debemos apoyarlo sin reservas, pero yo no puedo pretender compararme con gente que se dedica a hacer periodismo cultural, a trabajar en el sector de la edición o del espectáculo, o activistas históricas del movimiento LGTB que han sido nuestra voz ante los poderes en la conquista de los derechos de los que hoy disfrutamos y de cuantos nos quedan por alcanzar. A veces tengo la impresión de que se nos impone (violentamente, además) una mentalidad cortoplacista, de hacer mucho y de hacerlo ya, y que perdemos de vista los horizontes amplios que contribuyen a cambiar las mentalidades y a promover el pensamiento crítico y creativo. Y eso, en Humanidades, se hace desde las aulas, las bibliotecas, los escritorios. En silencio. Por eso, desde el máximo respeto que le tengo a colegas que hacen muy bien el activismo y la divulgación, creo que es más interesante generar alianzas y redes de colaboración con elles, que lo hacen fenomenal, antes que exigirnos a les científiques que además de investigar, publicar, gestionar, dar clase, buscar financiación y sobrevivir en general, seamos también todo eso individualmente, fomentando el personalismo antes que la colectividad. No se trata de cortar por lo sano, de decir, “oye yo no tengo nada que ver con la divulgación ni con el activismo” (eso sería de un elitismo oligárquico repugnante), sino de cooperar, de compartir lo que cada cual puede y sabe hacer mejor. Yo, como dice la de la zarzuela: “siempre que me llame/ cuente usté que voy./ ¡Que no se le olvide!/ Lo procuraré”. En lo que se refiere a mi área de conocimiento, sí creo que hay una excepción a lo que acabo de decir: la lectura y la escritura. Desde el área de Literatura, pienso que tenemos que estar presentes en clubes de lectura LGTBIQA+ y, sobre todo, escribir, escribir… expresar la diversidad de nuestros cuerpos y de nuestras identidades, generar discurso, aún desde la periferia y los márgenes, sin necesidad de ganar necesariamente el Nobel de Literatura (Luis Cernuda no lo ganó, ¿y qué?, él era brillante incluso cuando experimentó la soledad y el exilio). Es prioritario tomar la palabra, desde luego, desde nuestra dedicación como docentes y poetas.
¿Quién es tu científico/a/e favorita?
Dentro de mi área, las Literaturas Hispánicas, el primer nombre que me viene a la mente es el de Iris M. Zavala. Iris Zavala (Ponce, Puerto Rico, 1936 – Madrid, 2020) ha sido una de las más brillantes intelectuales en el mundo hispánico de todo el siglo XX. Sus investigaciones sobre Literatura y Literatura Comparada siempre fueron ideas de referencia en mi formación y aún en mi día a día, por su mirada desde el pensamiento dialógico que tradujo del maestro ruso Mijail Bajtín y que supo aplicar a la obra de Miguel de Unamuno, a la concepción de historiografías alternativas desde una perspectiva feminista, como en su Historia social de la Literatura Española de 1978, o a objetos de estudio que cruzaban los límites del canon literario occidental hacia la cultura popular, caso de sus certeros análisis del bolero o del tango. Además, Iris Zavala se dedicó también a la escritura, completando ese perfil que tanto me gusta de poeta y profesora. Por desgracia, falleció por COVID el pasado 10 de abril de 2020. Mujer, latinoamericana, LGTB y creadora, es para mí un grandísimo referente.
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